Mi maestra, Araceli, tenía razón, para muchos de nosotros, era el primer desfile y cuando llegamos al punto de reunión; descendimos del camión y comenzó la lluvia, a demás de avisarnos que andaríamos haciendo nuestra rutina como a las nueve.
Bueno, literalmente nos tenían marcando el paso, para no congelarnos, mientras era nuestro turno. Un oficial de tránsito, nos indicó que era tiempo de incorporarnos al desfile, mientras que nos auxiliaba a cruzar en el entronque de la Avenida Azcapotzalco y 16 de septiembre (pura casualidad) A partir de allí, el silbato del profesor de educación física, nos ponía el ritmo para el un dos, tres, cuatro; el cual, hacía lucir nuestras cartulinas metalizadas y los espectadores nos aplaudían.
Justo frente a la iglesia del barrio, se halla una estatua de Miguel Hidalgo y Costilla (curiosamente salió el sol e iluminó la figura de bronce) allí, pasamos sólo caminando y saludando a quien, hacía 175 años, había iniciado el cambio más significante en México: la Independencia y sus ideales de progreso, fraternidad y unidad.
Me quedó claro que, no era en vano el desfile, lo que no me quedaba claro era eso de “fraternidad y unidad”.
De ese modo, llegamos hasta el edificio delegacional, hicimos nuestra tabal y al concluir y escuchar el nombre de nuestra escuela “Reynosa Tamaulipas” cada quien partió para su casa.
¡Qué bueno! al día siguiente no fuimos a la escuela, ya que el kilómetro de recorrido, la lluvia y el sol, me dejaron exhausto.
La escuela me quedaba a unos 150 metros de la casa; el Miércoles que volvimos a clases, platicamos de lo acontecido, me iba quedando claro lo de la unidad, vi a mis compañeros alegres por haber hecho juntos, algo que hasta la fecha recuerdo y que como lo mencionaron los profesores, sería inolvidable.
Vivir en el Distrito Federal, nos permitía a mis amigos, familia y a mí, ver eso de lo que hablaba Hidalgo, el progreso. Podía yo ir al deportivo, caminado o tomar el autobús a bajo costo (todavía eran los famosos Ruta 100) a la escuela me iba al 10 para las ocho y llegaba con tiempo de sobra, al mercado caminaba 10 minutos, al cine o al super, tomaba el metro; durante el desfile miré la arquitectura con edificios y plazas comerciales de gran tamaño; el progreso lo teníamos, es más, al siguiente año fuimos anfitriones del Mundial de Futbol.
Aprovechando la modernidad, llegué con mi hermana de la escuela, comimos, nos tocaba lavar los trastes, hicimos la tarea y nos pusimos a ver la tele (blanco y negro, pero había progreso) llegó la noche y los “ya duérmanse” de mi mamá, porque sabía que yo era mañoso y como tenía la escuela cerca, pues...y pasó, no me levanté a las siete el Jueves 19 de septiembre de 1985; sólo recuerdo que mi mamá dijo “está temblando” supongo yo que al instante de ver la casa moverse, como nadie se imaginó ver; en tres segundos sacó a mi hermana y hermano al patio donde vivíamos. Los seguí por mero instinto, descalzo, medio dormido, medio vestido; pero así como guardo en la memoria, las palabras de la maestra Araceli, mi papel cascarón forrado de papel metálico rojo, la lluvia y el horrendo uniforme de educación física para el desfile; llevo en la memoria, como el edificio de al lado se movía de un lado a otro, el agua de las piletas se caía y hacía olas; el crujir de las vigas, mis vecinos reunidos en el patio, esperando que pasara el temblor lo más pronto posible, pero no, duró una eternidad.
Para fortuna nuestra, nadie salió herido, pero nunca nos había dolido un amanecer con tanto sol.
Mis vecinos acostumbraban escuchar a alto volumen su radio de transistores, todos los días; esa mañana la estática que emitía su radio, bloqueó nuestras cabezas, mientras mirábamos a unos rezando, llorando y a la gente mayor pidiendo al cielo clemencia y salvación.
Obviamente ese día no volví a la escuela, aunque me quedaba a unos pasos de la casa, porque el shock, me ataba a estar con quienes más seguro podía estar: mi familia.
Pasaron unos minuto y en el radio de mis vecinos, que era portátil y funcionaba con baterías, a penas escuchamos la primera señal y eran las noticias, informando que un terremoto de más de ocho grados en la escala de no sé qué, había destruido eso de lo que hablaban los héroes, el progreso; horas más tarde la tele en blanco y negro, nos mostró una capital mexicana destruida.
Mi mamá no nos dejó salir a la calle, para ver si también la colonia había sido afectada, aunque se escuchaban pasar las patrullas, ambulancias y bomberos. Vecinos, contaban que a unas calles de la casa, había fugas de gas, ya que el gaseoducto pasaba a una cuadra de la escuela en la que yo iba.
Presas del miedo y los rumores, las señoras (las mamás) verificaban cada vez que la radio o la tele, les sugerían echar un vistazo a las instalaciones de la casa, oficinas y escuelas.
Pasado el susto, por así decirlo, atendíamos las indicaciones de no salir y de no acercarnos a los lugares donde habían caído edificios, pero dos o tres de los papás de mis amigos, se fueron a Tlatelolco, lugar más cercano y afectado.
Reconocí entonces eso llamado fraternidad y unidad, constantemente lo repetían en los noticiarios, y supe, que los héroes no eran aquellos que estaban en contra de algo, sino a favor del bien de muchos. Esa vez no usaron espadas o rifles, ni iban vestidos con traje de guerra, como en las monografías; esa vez usaron picos , palas, sus propias manos y vestían de blanco, mezclilla, overol, casco; vi a los niños héroes saliendo de los escombros de los hospitales, gritando que vivo, se hace más que con el sacrificio.
La réplica del temblor el 20 de septiembre, sacudió la capital nuevamente y el dolor aumentó, varios se quedaron bajo los escombros que pretendían remover; otra vez el cielo nocturno del fin del verano, no nos sonrió.
La alegría de los festejos del 175 aniversario de la Independencia de México, quedaron bajo los escombros de los sismos de ese septiembre inolvidable. Se quedaron en mi calle que estaba cerca de la escuela y el metro Azcapotzalco; los recuerdos de los sesenta segundos más largos de mi vida, cuando tembló. No sé si mis compañeros recuerden ese desfile o me recuerden con mi papel cascaron forrado de papel rojo metalizado y mi horrendo uniforme de deportes. Sólo fui a despedirme de ellos el Viernes 11 de octubre de ese año, ya que por temor de mis padres, decidieron salir de la orbe más grande del mundo y refugiarnos en un lugar del Estado de México.
Veinticinco años han pasado de ese movimiento telúrico que sacudió al DF y de un movimiento civil, propio de los capitalinos, que al igual que en la independencia, unió a su gente en pro de hacer mejor las cosas: La ciudad se levantó, sus habitantes enterraron a sus muertos, como cimientos fuertes e inmovibles; se organizaron y no esperaron a las dádivas de los gobiernos, inconscientemente, gritaban ¡Viva México! en cada acción que realizaron ese año , inspirados en septiembre, el mes más mexicano.
Fue hace veinticinco años, cuando en México tembló y se sacudió 175 años de héroes de monografía, para recordar a quienes no se fijaron, para renacer, si era de día o la noche era fría.